El víaje inevitable

Con resoplidos mecánicos y metal ruidoso llega el transporte, sobre el ya hay algunos viajantes. Sus caras fatigadas denotan la angustia de la resignación.. En alguna de las innumerables paradas habían dejado sus esperanzas y hacen que me pregunte. ¿Cuanto tiempo tardaré en convertirme en uno de ellos?. Porque la pregunta no es “si me convertiré”, nadie duda en que en algún momento seré una cascará vacía igual que los otros, lo adivino en sus ojos.

Mientras retomamos la marcha, por las ventanas veo pasar gente que una vez conocí, gente que ahora no puede hacer nada por mi. Allá pasa Gabriela, la primer chica que besé, hace mucho tiempo de eso, mas adelante van paseando al perro los hijos de Julio, el portero del edificio donde vivía. “El Uruguayo”, el diariero que me traía los chismes del barrio cuando trabajaba en el kiosco, estaba parado en la misma esquina de siempre. Tantos recuerdos de los que me alejo, pero sin ganas, de mala manera, no fue mi intención, pero hay un viaje del que nadie escapa... y esta vez me toco a mí.

Volvemos a parar, esta vez sube una chica joven, no tendrá mas de 20 años. -¡Dios mio!-, pienso. ¿Que clase de error habrá cometido en su corta vida que se merece el mismo castigo que nosotros? ¡Esto no puede ser justo para nadie!. Se acomoda donde puede y el transporte sigue su pesada marcha, retorciéndose y bufando. Vaya uno a saber nuestro destino, si es que tenemos alguno.

¿Cuanto tiempo habrá estado viajando esta gente? ¿Cuanto tiempo me espera a mí? Aquí dentro el tiempo corre distinto, mientras que afuera se ríe, conversa, sueña, los que están conmigo apenas se mueven, y ahora se porque, se aferran con fuerza a las memorias que se les escapan, mientras la desesperanza se habré paso en su interior, de manera lenta pero constante, igual que las raíces de un árbol se enfrentan a las baldosas de las veredas, las baldosas saben que son mas fuertes y hacen todo lo posible por resistir, pero a la larga, las raíces terminan ganando.

Trato de adivinar el camino que seguimos, pero no le encuentro ninguna lógica. A veces avanzamos en linea recta para después volver la mayor parte del camino y después de un zig-zag frenético retomamos el camino original, solo para volver a desviarnos. Tenemos un guía, una especie de conductor, un ser que se adivina fue una vez como nosotros, lleno de sueños y memorias, pero ahora esta tan fundido en su rol que abandono todo rastro de humanidad.

Mas gente sigue viniendo, gente de edad que ya deja una larga estela detrás, gente de vidas completas y ricas, y gente con chicos. ¡No, no, no! ¡Chicos no... por favor, no... chicos no! Nadie merece esto, es peor que una tortura cruel. Poco apoco avanzamos, vamos cambiando, pero el cambio es interior, me desespero, me sofoco, estoy notablemente inquieto y a nadie parece importarle, a nadie le importa nada aquí adentro. No puedo ver mas esas caras inexpresivas, tengo que buscar la manera de salir, no pienso terminar como esta gente, pero no puedo salir, estoy atrapado, trato de alcanzar la entrada y salir cuando se meta gente nueva, pero no puedo llegar, los demás no me lo permiten, sienten mi presencia pero ni siquiera me miran, siguen en su lucha interna. Ya no soporto esto, quiero bajar, quiero bajar... y grito -¡QUIERO BAJAR!-... y el transporte frena, todos me miran... y bajo.

Es la última vez que tomo el 99, la próxima tomo el 5 y camino desde Libertad.

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