La cueva de las manos

En las épocas de días largos, cuando los animales abundaban y las flores se marchitaban abriéndole paso a frutos coloridos; uno del grupo vagabundeaba por veredas estrechas, vados y cauces secos.
Siempre con la vista gacha, escudriñando piedritas de colores a su paso. Una vez debió haber pasado todo un día golpeando rocas hasta conseguir la correcta, tal como le mostrara el hombre que lo vió nacer. La correcta era de un tipo que se agrieta y se separa, como si estuviera dividida en gajos invisibles, un tacto muy particular, inconfundible. Cuando se la golpea de la manera adecuada queda afilada, lista para raspar o cortar.
Esas lecciones de la vida quedaron truncas cuando el hombre que pacientemente le enseñaba los “cómo”, que le acariciaba la cabeza cuando se sentía orgulloso, murió de una cornada uno de aquellos días. Le mostraba como conseguir carroña. La carroña era buena para los que todavía no estaban listos para cazar. Un animal salió de repente por entre los pastos altos, tal vez, algún miembro la misma manada del caído, y hundió las astas en el flanco de aquel hombre bueno. El corneado reaccionó con violencia golpeo al animal y se desprendió el cuerno punzador del cuerpo. Un liquido rojo y espeso broto casi inmediatamente. Y el solamente miraba.
Entendía que ese liquido hacia mover al hombre, hacia caminar, cazar, enseñarle a reconocer piedras y acariciarle la cabeza cuando se sentía orgulloso. Si manaba del todo aquel hombre no podría volver a hacer nada de eso y el trataba de tapar el agujero con sus manos, pero el liquido seguía saliendo.
Cubierto en sangre, quemado por el sol, se incorporo apoyándose en la roca. Cuando retiro la mano, vio la silueta de esta, pintada con rojo en la blanca roca y ya no le importo otra cosa.
El polvillo de la piedra blanca sirve. La piedra negra, liviana, también. La tierra roja, la maleza seca y molida. Pasaba todo el día golpeando piedra y picando. Cuando tenía un puñado de polvo de color, apoyaba su mano bañada en transpiración y la plasmaba en las paredes de la cueva.
Recordaba las épocas en que vivían a la intenperie, a merced del clima y los animales grandes que merodeaban de noche. El hombre que ya no está fue parte del grupo que encontró esta caverna vacía, casi escondida, no demasiado alejada de los cauces de agua.
A los mas viejos les gustaban las manos pintadas en la piedra, al resto de los jóvenes no. Se negaban a compartir la caza con el, pero se arreglaba a su manera. Sabía de la carroña y cada tanto alguna mujer piadosa le acercaba sobras para disgusto de los demás. Hasta que los días se hicieron cortos, los vientos se volvieron fríos y los animales se marcharon.
Conseguir comida se hacia cada vez mas dificultoso, pero igual continuaba decorando la cueva, en medio de malos tratos, miradas reprochantes de los jóvenes cazadores y con el aliento de los viejos y los niños. Los días se hacían mas largos.
Un mendrugo arrojado con generosidad por una de las mujeres provocó la ira de algunos. Lo golpearon, lo desnudaron y lo arrojaron afuera. La cueva quedo sumida en un silencio de miradas desconcertadas. El olor a encierro, excrementos y sudor flotaba en el aire. Olor a hacinamiento, olor a miedo al hambre, olor a vergüenza.
Lo encontraron con la llegada de los animales. Estaba muerto hacía bastante.
Los injustos cazadores no hicieron nada, pero los demás no los perdonaron ni se perdonaron haber permitido la injusticia.
Necesitaban comprender esas nuevas sensaciones, la opresión en el pecho, la garganta cerrada, las lagrimas. Lo dejaron tirado.
Esa noche, bajo la cobija protectora de la cueva, el fuego y la carne fresca, los mas jóvenes recordaban a aquel que plasmaba sus manos en la roca. De a uno fueron hasta el lugar donde picaba sus piedras, tomaron un puñado de polvo de color y presionaron fuerte contra las paredes del refugio con las manos sudadas y mugrosas. Esa noche todos dejaron sus manos impresas en las paredes.
Por la mañana juntaron los objetos utiles y nunca mas volvieron.

3 comentarios:

Rocío dijo...

Debe haber estado bueno vivir esa época... pero debe estar bueno vivir en esa época unos días, con la mentalidad que tenés ahora, con todo lo que conocés ahora... imaginate, serías el sabio del lugar, oh Delorean dónde estás?!

Thotila dijo...

Le soy honesto, no se cuantos conocimientos tengo para vivir en esa epoca, no me serviria saber de computacion, electronica, manejar ni nada de eso. Ademas extrañaria mucho ver tele y escuchar musica.
Tambien sepa que aborresco los tambores y la batucada asi que... yo me quedo donde estoy, pero le deseo buen viaje. Traigame una cavernicola putona.

Saludos

Lidia Fernandez Budelli dijo...

MUY popular!!!!, por lo que puedo ver en tu contador. Os felicito. En cuanto al diseño, está bueno, aunque los colores...no son demasiado formales para Thotila?, (aunque no te guste la batucada).Te va más lo cálido que lo frío