Las agujas del colchonero

A la antigua usanza, con mano firme, como un colchonero que hace y deshace las costuras de un antiguo camastro, en la penumbra, en la soledad, un anciano trabaja.  Su tarea, una responsabilidad que recae solo en el, es revitalizar el colchón desvencijado de la vida, como siempre fue y como siempre será.  Separa el relleno antiguo y lo mezcla con el nuevo, enhebra una aguja con hilo de su propia manufactura con la misma naturalidad de un escritor que entinta un plumín, anticipándose a la catarata de ideas que brotará de su cabeza y tratará de encerrar en una prisión eterna de pigmento negro y papel.  En ese momento acude a su mente la imagen de una mujer... una mujer que aguarda; clava la aguja sin ningún remordimiento en el tejido de la funda. 
Una mujer aguarda en la sala de espera de un hospital.  Su madre ha fallecido en la madrugada.
Finalizados los tramites en la clínica, cavila mientras se dirige a la salida.  La muerte no llego por sorpresa, desde hace algunas semanas se notaba que el inevitable final sería pronto.  Ya lo había pensado, se había visualizado varias veces en el cuarto de hospital frente a la camilla.  Se  imagino el ultimo aliento de su madre, pero no pensó en el segundo inmediato después.  Sus sentimientos estaban en algún lugar entre el alivio y la añoranza, entre las memorias y los deseos.

Con manos huesudas y nudosas, agrietadas y endurecidas por el trabajo, el viejo desprende un gran puñado de apelmazada lana vieja, cuidadosamente la desmenuza permitiendo que nuevo aire inunde cada intersticio e insufle nueva vida al amasijo del relleno.  Arroja un poco en la funda, solo un poco.  Toma una nueva aguja y la clava con el mismo movimiento mecánico e insensible de siempre en una nueva historia.

Alguien llega al trabajo, una mañana cualquiera de un día cualquiera, un hombre común que cree empezar su antigua rutina diaria.  Sube a su piso, pero cuando se acerca al escritorio le bloquean el paso dos guardias, detrás de ellos viene el gerente.  Le informa que a partir de ese momento esta desvinculado de la compañia, le indica que se retire o seguridad lo sacará a la fuerza.  Pide explicaciones pero el gerente que mira al piso, mira las paredes, sus zapatos y cualquier cosa menos sus ojos, lo único que responde es la canzonetta prefabricada que dice "la orden viene de arriba".

Los caracteres se dibujan en el papel con la presición y la destreza de puntadas hechas por manos expertas que hilvanan retazos, zurcen episodios, cercan agujeros y reparan historias.  La técnica del poeta, la magia del colchonero, lo que fue será aquí y allá, la misma puntada, el mismo cimiento, los mismos ladrillos, porque todo el entramado esta sujeto a la mente del último artesano.
Siente que ya va siendo tiempo de terminar el trabajo.

El recientemente desempleado hombre deambula por una ciudad descubriendo que la vida sigue, que el movimiento es perpetuo, los pájaros trinan y los arboles siguen fabricando sombras.  El antiguo mundo que corría deprisa delante de sus ojos se detiene un segundo para su deleite, ¡y qué maravillas tiene para mostrarle!.  El amor de dos adolescentes, la palomas que rondan a los viejos esperando migas de pan, un chico desposeído que se refresca sin pudor en una fuente pública, porque sabe que a nadie le importa, que para los demás el planeta gira tan rápido que necesitan andar sin distracciones.
Al hombre lo invade el sentimiento de perdida.  ¿Que pasó con aquel primer amor, con aquel primer beso?, cuando corría libre sin otra advertencia que el sol sobre su cabeza y el cansancio en sus ojos.  Todo se ve reducido a episodios superfluos, uno tras otro, como si la existencia hasta ahora hubiera sido somnolienta y su vida se hubiera escurrido entre los elásticos de una cama.  Se encontró viejo, se encontró errado. ¿Valdría la pena retomar el camino ahora?
Absorta todavía, la mujer conducía el auto sin notar al hombre distraído en medio de la avenida.  Ahora se sentía completamente inutil.  Una vida dedicada al cuidado de un matrimonio fallido, de una madre enferma, la habían marcado.  Su padre había fallecido hacía muchos años, cuando ella se encontraba en el secundario, siempre se arrepintió de no haber pasado mas tiempo con el.  Por esa época conoció al que sería su esposo, un hombrecito delicado, ansioso por el éxito y pésimo para las finanzas.  Alguien por quien sacrificó su educación para mantener la pareja durante los tiempos duros y alguien que la abandonó cuando el éxito por fin se hizo alcanzable.  Años después enfermo la madre y ella fue la única persona disponible para cuidarla.  Había pasado tanto tiempo, tanto tiempo.  Ahora con su madre fallecida;  ¿Quien iba a quererla con tantos episodios vividos al servicio y los dolores de la perdida?.  El golpe sordo sobre el capot los arrancó a ambos de vuelta a la realidad.

El escritor sabe que el colchón esta lleno ya y por mas que le pese de un momento a otro deberá cerrarlo.  Aquí es donde especula con la encrucijada, simula su pesar, incita a creer que el destino es la alegría de la recompensa, aunque no ignora que el reconocimiento de originalidad es mas exorbitante que el oro. Toma la enorme aguja de colchonero, negra, pesada, curva.  La hunde dejando profundas marcas.  Atraviesa el colchón de lado a lado una y otra vez, sujetando funda con relleno, dando enormes puntadas parejas, cerrando la historia hasta la próxima vez.

Todos los días la mujer vuelve al hospital a visitar a un hombre que se encuentra en coma por su causa.  Atentamente le acomoda la almohada, descorre las cortinas y abre las ventanas.  Le ejercita las piernas, lo cambia de posición para que no se escare.  Ella disfruta escudando sus verdaderas intenciones, deja que los demás piensen que la atiborra la culpa y que su pena es cuidar a un extraño.  Incluso algunas enfermeras creen que el destino le jugo la peor de las bromas y le reveló su verdadera yunta al preciso instante en que era demasiado tarde, pero la realidad es otra.  Tantos momentos dedicados a la asistencia hicieron que ella no concibiera felicidad de otra forma.  Del mismo modo, aquel hombre postrado con un pasado automático, insensible, turbado por el miedo del descubrimiento en sus últimos segundos de lucidez, encuentra ahora la paz en la inconsciencia, en una camilla de hospital, al cuidado de una desconocida.

El anciano supo desde siempre que la vida es un entramado, con episodios por relleno.

2 comentarios:

Viejex dijo...

Ve por que lo tildo de talentoso? Que gran relato!

Thotila dijo...

Deje de tirar flores hombre...




Se agradece.

Saludos.